Hielos dormidos en Calafate

“Un escocés on the rocks del propio glaciar: incomparable...”

El Calafate es una pequeña ciudad de la provincia argentina de Santa Cruz desde la que se accede al Parque Nacional Los Glaciares y, en particular, al imponente glaciar Perito Moreno. Se trata de una enorme masa de agua congelada que nace en el campo de hielo Patagónico Sur y converge en el brazo Rico del Lago Argentino.

Hay varios tours para tomar desde El Calafate, como la travesía a Torres del Paine, las visitas a estancias con opciones gourmet, las excursiones a El Chaltén, por nombrar solo a algunos; pero para mí todo giraba en torno al Big Ice.

Consiste en un trekking de tres horas por el bosque lateral del glaciar, para luego ingresar de pleno en él e iniciar una caminata de cuatro horas sobre el hielo eterno.

Una vez que tuve mi ticket aéreo, tras una charla clave con un amigo fan del sur argentino, quien me convenció de que sería una experiencia única, contraté la costosa aventura agendada para el día siguiente a mi arribo a Calafate.

Siendo que mi predilección en materia de viajes suelen ser las ciudades antes que la naturaleza en sí misma, reconozco que la vista del Lago Argentino desde el avión cuando se disponía a aterrizar me llevó a avizorar que me auguraban días de asombro ante la belleza que el lugar ofrecía. El espejo de agua era de un verde esmeralda que contrastaba con el ocre de la estepa patagónica, y los afluentes serpenteaban arbitrariamente por la meseta casi como si se tratara de un dibujo infantil.

Luego de un paseo por el anodino centro de la ciudad, hice las compras para armar mi lunch box, dejé la mochila lista y puse la alarma para despertarme al alba, pues había contratado el traslado hasta el puerto para navegar rumbo a la costa sur del lago.

Cuando abrí los ojos eran las ocho menos diez de la mañana. Confundida miré el teléfono para cerciorarme del desastre. Me había dormido. ¿Cómo pudo ser posible? Pues bien el despertador lo había fijado para las 6:30 de la tarde, no de la mañana. ¡Qué error increíble! ¡Y qué desesperación!

Mientras corría para vestirme, gestionaba un taxi que me llevase directo hasta el puerto (probablemente de los más caros traslados que jamás haya pagado) y coordinaba con el agente de Hielo & Aventura para que aguardasen mi arribo.

Para entonces ya pensaba que en mi visita a El Calafate iba a ver solo el Lago Argentino y las paredes del Perito Moreno desde las pasarelas, y no descubrir el glaciar desde adentro, tal como se cree le ocurrió a Francisco Pascasio Moreno, en cuyo honor luego fue bautizado el célebre ventisquero.

Sin embargo, con frialdad y sensatez tomé las decisiones para llegar a tiempo a ese bendito puerto, y así sucedió.

Una vez que me uní al grupo de turistas mis músculos y mi mente se relajaron y desde la cubierta exterior del crucerito pude admirar el colosal monumento natural.

La visita garantiza una experiencia magnífica, con vistas de la enorme masa de hielo caminando sobre ella misma con seguridad, gracias a los crampones provistos por los guias para amarrarlos a las botas de modo de no resbalarse.

Qué alivio y qué ventura la mía al saberme allí, descubriendo lagunas de un profundo color turquesa, ingresando en enormes grietas en las que los charcos de agua brillaban en un azul eléctrico y sorprendiéndome al ingresar en cuevas y sumideros de insólitas formas. El blanco inmaculado que allí te rodea se expande hasta el horizonte, por lo que su unión con el límpido cielo del día despejado te aturde, resultando difícil comprender la realidad, pues se siente como haber aterrizado en un planeta desconocido.

Al mediodía paramos en una lomada de hielo con una vista panorámica a la extensa masa albina y almorzamos, aprovechando el descanso para retomar energía.

Las horas fueron pasando de un modo tan vertiginoso como la propia experiencia, hasta que tocó emprender el regreso tras otra larga hora de caminata por el bosque. Al llegar a la costa del lago, el mismo crucerito nos aguardaba para regresarnos al puerto, esta vez con un vaso de whisky genuinamente “on the rock”, es decir, con hielos naturales del lugar.