Graffigna Yanzón 

Elegante bodega en el sur sanjuanino

Es un hermoso hotel boutique en el Valle de Pedernal, entre montañas y viñedos. Son sólo tres habitaciones más una casa para seis personas que pertenece a una familia de tradición vitivinícola. 

En una construcción reciente, pero que tomó todos los elementos antiguos de las familias Graffigna y Yanzón, abre sus puertas el pequeño albergue con un estilo de casona añeja, lo que le brinda calidez e identidad. 

Una gran puerta de madera del tiempo jesuita da la bienvenida a una sala, donde se destaca la colección de cámaras fotográficas antiguas, los aguayos norteños y la gran vista al vallecito y los viñedos. 

En la tarde, la terraza invita a admirar el paisaje, mientras el sol se pone en la serranía del oeste, cuando los rosáceos y naranjas tiñen el cielo. 

Allí disfrutamos la merienda que ofrece la posada, bien de campo. Además de tortitas con chicharrón y tostadas de pan casero, sirven tortas fritas con azúcar espolvoreada conocidas como sopaipillas. ¡Una delicia! 

Hicimos luego la degustación de los vinos en el living, frente a la salamandra en la que ardían los leños. El blend de blancos con cepas Chardonnay y Sauvignon Blanc fue el preferido de @tripticity_

También probamos el Corte M y los varietales Malbec y Cabernet Sauvignon. 

En la noche, una cena de tres pasos de comida auténtica y casera fue servida por la gentil Aldana, en el salón comedor de la bodega. Estábamos solos por lo que la gigante mesa de la cava fue dispuesta exclusivamente en nuestro honor. 

Bajo la atenta mirada del retrato de José Graffigna, inmigrante que se instaló en San Juan y gran visionario de la calidad de los viñedos, disfrutamos la velada. Al principio, dos muy ricas empanadas sanjuaninas de carne. Los principales fueron una trucha del Pacífico a la crema de verdeo con puré de papas rústico y un bife de chorizo a la chapa también con puré rústico y ensalada criolla. Los dulces fueron peras al malbec y volcán de chocolate, ambos con helado de crema. Una delicia. 

Además de visitar la bodega, que produce unas veinticinco mil botellas al año, en días de sol descansar en el solárium con pileta bajo las ramas del verde sauce es todo un plan. O quizás salir en bicicleta a recorrer las viñas. 

Luego del descanso, en el silencio del valle, amanecimos con el cantar de los pájaros para disfrutar un generoso desayuno campero con más delicias caseras. Por supuesto no dejamos de caer en la tentación de las sopaipillas.  

Si bien la ruta que conduce hasta el Pedernal no está en muy buenas condiciones, sumado a los camiones que entran y salen de las caleras, bien vale llegarse hasta la posada de la bodega Graffigna Yanzón para un descanso con vida de campo.