Finca El Carmen
Iglesia histórica en Angastaco
En el primer sitio donde se asentó Angastaco, a unos ocho kilómetros del actual pueblo, se encuentra Finca El Carmen.
Pertenece a la la familia Miralpeix desde principios del siglo XX. Cuenta la historia que tres jóvenes catalanes, Juan, José y Joaquín, provenientes del pueblo San Hilario Sacalm, fueron convencidos en plena guerra por el Cura Terrez a cruzar el océano y asentarse en los Valles Calchaquíes. Apenas llegados trabajaron por un tiempo en Finca La Paya, cerca de Cachi, hasta que se hicieron de un pequeño capital que les permitió adquirir la finca de Angastaco.
El relato es de Emiliano Miralpeix, quien nos recibe un polvoriento domingo de fines de agosto.
En seguida toma un manojo de llaves y nos conduce hasta la iglesia. Continúa contándonos que Juan, el más chico de esos hermanos, quizás el más aventurado y audaz, partió rumbo a Panamá, en donde la oferta laboral era interesante por la construcción del Canal. Entonces, quedaron José y Joaquín.
José, el tatarabuelo de Emiliano, fue quien continuó el trabajo en la finca.
En ella ya existía la iglesia, terminada en el año 1783 por el padre Pedro Pablo del Sueldo y Ríos. Probablemente una catedral para la época.
Se encuentra ubicada mirando hacia el este, hacia la Sierra del Tonco, formación rocosa que termina -más al sur- en la Quebrada de las Flechas. Por esas laderas de piedra pasaba una rama del Qhpaq Ñan, el Camino del Inca.
El paisaje es imponente. Al costado una cruz misionera termina de componer una escena de otro tiempo. Emiliano abre la maciza puerta tallada, justo cuando el viento de agosto empieza a soplar con más fuerza, cual acentuando el misterio. Solemne, colorida, simplemente hermosa. Cuenta con dos altares, un púlpito, un confesionario hecho con cardones y la correspondiente sacristía. Su abuelo Leopoldo fue quien -junto a su abuela Gloria Arselan- la reconstruyó.
Las imágenes -relata Emiliano- son originarias, traídas de Cuzco. El viacrucis, singularmente, está escrito en francés y no hay explicación para ello: otro misterio.
Durante esas obras hallaron el féretro de una bebita totalmente momificada. Tiempo después fue Emiliano quien encontró en las afueras de la iglesia otro cajón con el cuerpo de otro niño, que conserva la piel acartonada, más con el gesto intacto. Más que espeluznante es llamativo el estado de preservación.
En otro tiempo, la finca perteneció a Indalecio Gómez, de hecho lleva el nombre de Carmen en honor a su nieta, hija de Martín Gómez y Carmen Felicidad González.
Carmen Gómez González se casó con un general boliviano de apellido Flores, quien allí se exilió durante la guerra civil.
En la histórica iglesia se celebran misas una vez al mes.
Luego del impresionante recorrido de la centenaria iglesia de adobe, techo de caña y coloridos ornamentos, Emiliano nos guía hacia el museo que armó junto a su padre, Ricardo, con los elementos de trabajo rural que fueron recopilando en el extenso predio. Allí funciona una pequeña central hidroeléctrica que construyeron para explicar al visitante cómo funcionaba el antiguo molino. Se trata de un circuito hidráulico representado en una gran maqueta.
A continuación, una visita a la sala de exhibición de sus miniaturas de carruajes. Sorprende la dedicación de Ricardo y Emiliano, su paciencia y destreza en los trabajos manuales.
Concluimos con la visita a la bodega Josefa Rodó. Lleva el nombre de su bisabuela, casada con su primo hermano don Emiliano Miralpeix. Tras la degustación, descansamos en la cabaña que sería luego nuestro hogar por la noche. El hospedaje es propio del turismo rural e invita a vivir la experiencia de una típica finca de los Valles Calchaquíes.
A pocos minutos se puede visitar el pueblo de Angastaco, un caserío de arquitectura moderna pero con atmósfera de otros tiempos lejanos.
Allí nos sorprendió la pequeña bodega artesanal de Jorge Flores bautizada “Que tal” (sic), donde produce un vino tinto y una mistela rosada. Se trata de un alegre y ocurrente nativo de Angastaco que abre con afabilidad las puertas de su casa e invita al visitante a conocer todo el proceso de manufactura de su bebida. Es divertido, ocurrente, bien vale hacerle una visita.
Regresamos a Finca El Carmen para cenar temprano y descansar. En la mañana, un desayuno de campo, una rápida visita al abandonado cementerio del otro lado de la ruta 40, en el que se hallan tumbas de hace cuatrocientos años, para partir luego a conocer la Laguna de Brealito.