Experiencia aeropuerto

“Disfrutar de cada viaje desde el inicio y hasta su fin...”

Que el intento de golpe de estado en Turquía en 2016 ocurriera horas antes de mi regreso a Buenos Aires, importó para mí un golpe… pero de suerte.

La cancelación del vuelo me salvó de quedar varada en el Aeropuerto Internacional Ataturk de Estambul, uno de los principales sitios afectados por aquella contingencia.

Mi conexión partía de Moscú-Vnúkovo, uno de los más antiguos aeropuertos de la capital rusa. Resulta extraño que una compañía gigante como Turkish Airlines opere en una terminal secundaria; sin embargo, si se repara en las históricas tensiones entre ambos países, es muy fácil descifrar el dilema.

Al llegar a la aerostación “retro”, tarde en la noche, me resultó raro que los counters estuviesen cerrados. Al rato y tras insistir a los despachadores de vuelos, con señas -más bien un enérgico movimiento de brazos en forma de x- y en un inglés deplorable, un empleado me advirtió que el vuelo había sido cancelado.  

Con impotencia, pues la oficina de atención al cliente de Turkish continuaba cerrada, busqué un bar en el que pudiera conectarme a internet de modo de encontrar información para entender qué sucedía.

La web reportaba eventos que me dieron escalofríos.

Sin embargo la compañía respondió y, previo viaje en taxi de una hora por la colosal Moscú hacia otro aeropuerto, el moderno Sheremétievo, un avión de Aeroflot me llevó a Paris.

Esa reprogramación incluyó una espera de más de doce horas en una de las más lindas terminales que pude conocer, la del Aeropuerto París-Charles de Gaulle.

Si bien el imprevisto stop over no lucía muy atractivo en un inicio, resultó ser para mí uno de los días más divertidos posibles, en el que me sentí como el personaje de Tom Hanks en la película La Terminal.

Aproveché esas horas para entrar en cada tienda de marcas de lujo, probarme todo lo que tuviese ganas y testear cuanta crema y perfume hubiese en el free shop.

Es que los grandes aeropuertos son fantásticos sub mundos, donde no hay diferencias entre el día y la noche, donde las horas parecen flotar a la espera del llamado del embarque.

La “experiencia aeropuerto” se inicia una vez superado Migraciones. El estrés de la previa, el trance del check in, las valijas, los controles, todo ello es como un mal trago necesario para el goce del después. Cualquier cosa puede suceder antes de ganar el universo de largos pasillos que huelen a fragancias por doquier, ambientados de pantallas con nombres de ciudades que sirven de examen de geografía y de exóticos personajes que no dejan de sorprender.

Me es imposible de olvidar la desesperación cuando mi padre no encontraba nuestros pasaportes en el hall de Ezeiza, en la previa de un viaje a Sudáfrica. O las súplicas desplegadas en tantos y tantos aeropuertos para lograr que las valijas no sobrepasen el límite permitido. O, en una rápida ida de Buenos Aires a Punta del Este, el frío petrificante que me invadió cuando el personal de embarque me informó que mi documento de identidad había expirado y cómo logré hacerme a tiempo de mi pasaporte en vigencia.

Por eso, el inicio de las vacaciones sucede en ese exacto momento cuando el pasaporte obtiene su sello y se ingresa a las terminales.

En el caso de mi permanencia en el Aeropuerto de París-Charles de Gaulle, el tiempo transcurrido fue memorable.

Merece especial mención mi visita a la tienda Dior, pues no solo probé la icónica Lady Dior (un bolso de napa de cordero diseñado por Christian para Diana de Gales), sino que el fanático vendedor me relató con fascinación la historia del gran modisto. Me contó sobre su obsesión por el color negro y sobre sus supersticiones, como el infaltable vestido rojo diseñado para cada desfile.

La coronación fue comprar las delicias francesas conocidas como macarons en la tienda oficial de Ladurée y degustarlas -una a una- a mis favoritas (caramel, frambuesa, limón, chocolate y pistacho) junto a un Kusmi Tea, mientras miraba despegar y aterrizar uno y otro avión detrás de un gigantesco ventanal, casi como si estuviese ante la proyección de un singular autocine.