Dilema en Dublín

“Pubs, cultura celta, arte, cerveza... Irlanda lo tiene todo.”

¿Tomar una Guinness en un bar o en una iglesia?

La capital de la República de Irlanda ofrece al visitante historia, arquitectura, arte, cultura y la oportunidad de disfrutar la auténtica cerveza Guinness, en el mirador de la fábrica de St. James's Gate, lo que garantiza una grandilocuente vista de 360 grados de la ciudad.

Mi estadía era corta por lo que debía maximizar el recorrido.

Así fue que el primer día al salir del hotel tomé O’ Connell Street, de modo de ver de cerca el controvertido ícono The Spire, una escultura cónica de acero inoxidable de más de 100 metros de altura, situada justo en frente de la antigua Oficina de Correos, escenario de históricas luchas independentistas de los irlandeses. En efecto las marcas de las balaceras aún se pueden observar al acercarse a la columnata del -ahora- Museo de Historia GPO (General Post Office), todo un símbolo del fragor del Levantamiento de Pascuas de 1916.

Del otro lado del río Liffey, admiré la fachada del Banco de Irlanda por un momento. Enseguida, me dirigí a Suffolk Street de modo de conocer a la insigne y misteriosa Molly Malone. Se trata de una escultura que personifica a una popular vendedora de berberechos y mejillones en cuyo honor surgió la canción homónima, casi un himno de Irlanda.

Me atrevo a encontrar cierta similitud con la Ramona de Antonio Berni a nivel local, personajes de culto que caracterizan a las clases populares.

Sin demora, me esperaba una concisa pero valiosa visita a la biblioteca del Trinity College. La universidad fue fundada en 1592 por la Reina Isabel I de Inglaterra, feminista de las grandes. La arquitectura de la Sala Larga de su Biblioteca Antigua impulsa a un extraordinario ejercicio visual de apreciación de la perspectiva. Además del libro de Kells, quizás una de las más importantes reliquias del arte religioso medieval, cuya manufactura es atribuida a monjes celtas del siglo IX, se expone allí una copia de la Proclamación de 1916 de la República de Irlanda. El recinto es único, de una perfecta belleza.

A continuación visité la Galería Nacional de Irlanda, debía cumplir la promesa hecha a una de esas valiosas amigas que el arte supo regalarme y contemplar El beso de Judas de Caravaggio. El dramático claroscuro, también conocido como La Captura de Cristo, se encontraba desaparecido y se hizo célebre cuando fue descubierto en el salón comedor de una residencia jesuita de Dublín, en los años 90.

Además exploré la importante colección de arte europeo y admiré la arquitectura dublinesa, inclusive la controversial Ala del Milenio inaugurada en el año 2002, en donde una infusión acompañó el merecido descanso en el otrora jardín de invierno convertido en Foyer de doble altura y techo de cristal.

Mención aparte merece la elegante sala dedicada al escritor George Bernard Shaw, quien en agradecimiento legó un tercio de sus regalías a la galería. Su expresión “sin arte, la crudeza de la realidad haría que el mundo fuera insoportable” da cuenta de su vocación a la mordacidad y el ingenio.

Por su delicada simpleza, por el movimiento que evoca, o por su cándida y solitaria presencia, la escultura Magnus Modus (2017) de Joseph Walsh ubicada en el centro del patio interno del museo es la imagen mas potente que guardé de ese paseo.

Antes de partir, para honrar mi tradición, curioseé -por supuesto- su museum shop.

Ya oscurecía, por lo que era la hora perfecta de probar una Guinness en el concurrido barrio de The Temple Bar. Angostas y coloridas callecitas, con pubs en cada esquina, música animada y pintorescos personajes. Así fue el escenario de mi primera pinta negra, concentrada, de cremosa espuma, que me dejó una buena impresión.

Por ello, al día siguiente no dudé en repetir la experiencia una vez hecho el recorrido en el Guinness Storehouse.

En la fábrica fue montado un museo temático en el que se revela el proceso en razón del cual agua, lúpulo, cebada y levadura logran la característica bebida irlandesa.

Se exhiben también objetos peculiares, como el contrato de arrendamiento por 9000 años suscripto por Arthur Guinness en 1759. Luego de experiencias interactivas, en las que se pretende desempolvar los sentidos del olfato y gusto, se ingresa al Gravity Bar, para disfrutar la cerveza con una panorámica de Dublín.

Temprano en la mañana un ligero recorrido por el gran pulmón verde de la ciudad, el Phoenix Park, precedió la visita al Museo Irlandés de Arte Moderno (IMMA). Al igual que Les Invalides de Paris o el Reina Sofía de Madrid, este centro cultural se aloja en el que fuera un nosocomio construido en el siglo XVII, el Royal Hospital Kilmainham. Las obras contemporáneas son expuestas en espaciosas salas e, incluso, en sus vastos jardines.

En la tarde, un early bird menu en el primer piso de The Church fue precedido de otra Guinness en el bar de la iglesia. Se trata de un restaurant, café y bar ubicado en un templo cerrado en 1964 y reabierto en 2007 con una misión distinta, ya no como centro de culto sino de ocio. Toda la planta de la nave central es en la actualidad el bar del complejo, con una extensa barra en el centro y músicos en la zona del porche.

En las galerías del primer piso, arriba de las naves laterales, se encuentra el restaurant desde el que también se puede apreciar el jolgorio de abajo así como el notable órgano por encima del que fuera el altar.

La experiencia es única, no solo por ser uno de los bares más peculiares que he visitado sino por la sabrosa comilona irlandesa que acompañó esa última cerveza.

Mi periplo en Dublín se sintió como las ajetreadas aventuras que describe James Joyce en su célebre novela Ulises, tan deleitable e impetuosa como la ciudad donde se desarrolla.