Cusco, Valle Sagrado & Machupicchu

Historia y gastronomía en la bella ciudad imperial

Llegamos en un vuelo de la línea de bajo costo Sky, desde Lima.

Un dato para tomar en cuenta: nuestro vuelo desde la Argentina llegaba en la noche, sin una conexión inmediata para Cusco, por lo que decidimos pasar la noche en el muy conveniente hotel frente al aeropuerto. Se trata del Costa del Sol de la cadena Wyndham. Completo y con buen restaurant, es una muy valiosa opción para pasar la noche en el aeropuerto de la capital peruana.

Otro detalle importante a tener en cuenta es el restaurant Tanta de Gastón Acurio, ideal para deleitarse con la gastronomía peruana en el intermezzo entre vuelos. Esta ha adquirido tanta trascendencia que una vez termine de construirse la nueva terminal, habrá un área exclusiva para bares, restaurantes y tiendas especializadas.

En Cusco, el pronóstico auguraba un fin de semana lluvioso y las nubes que atravesamos antes de aterrizar parecían confirmarlo.

Hubo un tanto de turbulencia antes del bien ajustado aterrizaje en el valle de Cusco, en medio de la ciudad, la que parece estar en continuo crecimiento.

Llama la atención la cantidad de edificaciones sobre la ladera de la montaña; ese uso que los incas tanto promovieron para sus cultivos mediante el uso de las terrazas parece ahora ser replicado por sus descendientes en la construcción de sus viviendas sin revoque, que se sostienen apenas en la pendiente dando la impresión de que están a punto de caerse, incluso a metros de la trayectoria de los aviones.

Habíamos acordado con Wilfredo, un guía de turismo que nos recomendaron, hacer el city tour de Cusco, por sus cuatro principales sitios arqueológicos, el mismo día que llegábamos. El acuerdo era que él nos buscada del aeropuerto para así dar inicio al circuito, más cuando llegamos no estaba, lo cual generó un poco de molestia, pero sin dudarlo solicitamos ayuda a un señor del personal de servicio de seguridad de la terminal de arribos, quien -como casi todos en este fantástico país- no dudó en ayudarnos. Con mucha cortesía nos prestó su teléfono, ya que no teníamos datos móviles y así pudimos llamar a Wilfredo, quien en sólo cinco minutos se presentó con el chofer.

Para entonces la lluvia empezaba a caer más fuerte. Siguió un viaje de unos veinte minutos hasta el centro histórico, para hacer el check in en nuestro bonito hotel frente al Convento de Santo Domingo, el que fue construido sobre el templo inca del Coricancha, uno de los sitios más trascendentales para su cultura, dedicado al culto del sol. La historia cuenta que sus paredes se encontraban recubiertas en oro.

Abittare es un súper bien ubicado hotel con estilo fresco y personal por demás amable. Una reconstrucción moderna en un antiguo solar de típica arquitectura virreinal, con patios y balcones floridos que miran a la torre de estilo barroco de la iglesia del convento.

Luego de un rápido check in, partimos rumbo a Saqsaywaman, el primer destino del tour.

Para entonces el agua empezaba a caer todavía con más fuerza, lo cual generó que fuésemos casi los únicos visitantes del sitio arqueológico.

Wilfredo nos iba relatando la historia del lugar apelando a nuestra imaginación, para comprender la grandeza de lo que era el antiguo fuerte inca.

Desde lo alto, un gran mirador permite una panorámica de la bien bonita ciudad.

Pudimos observar sus numerosos templos, todos del naciente período hispano, que se erigen majestuosos en su centro histórico.

Cuando la lluvia empezó a cesar brotaron de la nada un montón de grupos de turistas con sus respectivos guías ocupando todo el recinto, la pampa de las celebraciones.

Es que era un fin de semana santa, extra largo de feriados, por lo que sabíamos de antemano que iba a haber mucha gente durante todo nuestro viaje.

Luego nos dirigimos al complejo arqueológico Q'enqo, lugar en el que se celebraban ritos sagrados y en donde Wilfredo nos explicó la trilogía inca del cielo, la tierra y su submundo, representada por el cóndor, el puma y la serpiente.

La lluvia para entonces había cesado, lo que nos permitió pasear mucho más cómodos. También nos explicó cómo manejaban el concepto de espacio y tiempo, definido como Pacha.

Las piedras de ese sitio no son tan impresionantes como las de Saqsaywaman, con sus imponentes murallas, pero la historia que esconde Q'enqo y su bosque de eucaliptos a un costado, con la ciudad a los pies resultaba muy atrapante.

Fue allí cuando Wilfredo nos hizo probar las humitas dulces, un plato tradicional de esta región del Perú a base de maíz, leche evaporada, azúcar y pasas.

Luego nos dirigimos a Tambomachay, el sitio dedicado al culto al agua. Los incas llegaron a construir un extraordinario sistema hidráulico que permitía abastecer del primordial elemento a la población mediante el uso razonable de las vertientes.

Y por último rumbeamos a Puka Pukara, el Fuerte Rojo, utilizado como posta. Es el último sitio arqueológico que compone el circuito de las afueras de Cusco. Se trata de un complejo arquitectónico de supuesto uso militar, con múltiples ambientes, plazas y acueductos.

Para acceder a todos estos sitios resulta conveniente adquirir el boleto turístico. Con un valor aproximado de 35 dólares permite el ingreso a los principales atractivos tanto de Cusco como del Valle Sagrado.

El regreso hasta el centro histórico fue bastante caótico en razón del complejo tránsito que caracteriza la ciudad de Cusco con sus angostas calles. Por esa razón le pedimos a Wilfredo que nos dejase directamente no ya en el hotel sino en la bien turística Avenida Sol, a sólo unos metros de la Plaza de Armas.

Allí pudimos hacer el cambio de las divisas, muy informal por supuesto tratándose de Latinoamérica.

Luego del rápido trámite, nos dirigimos a la plaza, cuando aún era temprano para una cena liviana ya que al día siguiente teníamos contratado el tour por Valle Sagrado que iniciaba a las 7 am.

La plaza estaba completamente ocupada por locales y turistas que iban y venían y los restaurantes estaban explotados.

Fue entonces cuando nos arrepentimos de no haber hecho lo que es costumbre de @tripticity_, esto es hacer –de antemano- las correspondientes reservas para las cenas, siendo lo viajeros que somos.

Pero esa experiencia de ser rechazados por varios restaurantes por encontrarse saturados nos permitió coordinar las cenas de los próximos días, de modo de asegurarnos contar con las debidas reservas con anticipación, en los restaurantes que queríamos y en los horarios de nuestra preferencia.

Pues bien, esa primera noche, la opción disponible fue Kion. Y no hay tonto sin suerte dice el refrán, pues ese restaurant Chifa fue una extraordinaria bienvenida a la excelsa gastronomía peruana que degustaríamos esos días.

La Chifa es la fusión de comida peruana y china. El lugar está súper bien ornamentado, la atención es muy buena y la comida riquísima.

Al día siguiente, luego de un desayuno liviano y un obligado mate de coca para evitar el posible mal de altura, Wilfredo y el chofer nos buscaron bien temprano del hotel para dar inicio al completo tour por el Valle Sagrado.

Por suerte, durante nuestra estadía en Cusco, más allá de un inicial malestar de la cabeza, podemos decir que no sufrimos el soroche o mal de altura, mas cumplimos a rajatablas las recomendaciones de los lugareños: tomar mucha agua, tomar mate de coca en la mañana, mate de muña y anís en la noche y no correr, tomarlo todo con calma.

Primero visitamos el pueblo de Chinchero, allí donde se está proyectando un gran aeropuerto con pista apta para recibir, sin la necesidad de pasar por Lima, a los innumerables turistas del mundo.

Las tradiciones allí se manifiestan en lo cotidiano, en las vestimentas, en sus pequeños comercios.

Pasamos por un centro de artesanas quienes, con una sonrisa permanente, nos enseñaron sus habilidades en el hilado y tejido con la lana conocida como Baby Alpaca, que es la obtenida en la primera esquila del animal, que se caracteriza por su extrema suavidad.

Tienen las artesanas la demostración bien organizada, pues van mostrando el proceso desde el inicio hasta la manufactura de sus prendas. En sus diseños predominan las figuras autóctonas. Si se buscan prendas de estilo más neutro mejor optar por las tiendas de alrededor de la plaza de Cusco, en las que destacan las bien conocidas Kuna y Sol Alpaca.

Volviendo a Chinchero, desde su sitio arqueológico, en el que se erige una iglesia del siglo XVII bien tradicional, se obtiene una bonita vista de los andenes agrícolas y del Valle Sagrado en su enormidad, e inclusive del aeropuerto en construcción.

Para llegar hasta allí, como en general en este viaje, debimos subir unas empinadas escalinatas de piedra, repletas de tienditas que vendían souvenirs a los visitantes.

La plaza principal también repleta de vendedores de artesanías es bien entretenida.

Volvimos a nuestro vehículo para dirigirnos a Moray, el siguiente sitio arqueológico, tras un viaje de un poco más de una hora. El atractivo de las terrazas resulta hipnótico.

Para entonces el sol aparecía entre las nubes resaltando el verde flúo de las laderas y la belleza escénica del complejo. La imagen resultaba extraordinaria.

En el caso de Moray lo que resalta es la forma circular de las terrazas concéntricas, generando diferentes niveles.

Luego, hicimos un stop en una simpática tienda de venta de sal de Maras, en la que nos hicieron la típica demostración para los turistas sobre las técnicas de extracción y las múltiples combinaciones que ofrecen tanto para la gastronomía como para la estética. Así combinan las especies de la zona con la sal de Maras, también el clásico chocolate de puro cacao peruano y las distintas variedades de maíz frito.

Resultó útil la parada para poder usar los sanitarios y hacernos de algunos de esos productos. Allí también compramos la Maca Negra, un tubérculo que crece en los Andes peruanos, célebre por sus beneficios para la memoria.

Continuamos rumbo a Urubamba. Al llegar hicimos una escala para apreciar la panorámica del majestuoso valle desde un mirador, para luego dirigirnos hacia Ollantaytambo.

Wilfredo proponía almorzar en un restaurant de estilo buffet en Urubamba, que si bien ofrecía una muy bonita vista no nos convenció. Preferimos mantener nuestro plan de conocer lo de Carmen Rosa Mesco, se trata de Apu Verónica en pleno Ollantaytambo.

Allí nos deleitamos con una trucha de río extraordinaria, servida en una piedra caliente acompañada de papines andinos, salsitas picantes y vegetales frescos de la huerta orgánica de su hermano. Ellos son nueve hermanos que quedaron huérfanos de muy chicos por lo que tuvieron que dejar su casa en el campo y bajar a proveerse un futuro.

Carmen estudió cocina mediante la cooperación de una fundación canadiense, lo que le permitió soñar con el restaurant que finalmente abrió en pleno Ollantaytambo. Su desafío es revalorizar el producto agrícola y servirlo en un plato bien atractivo a los sentidos.

¡Un hallazgo! Aquel almuerzo nos resultó inolvidable.

Luego del banquete, nos dirigimos hacia el complejo arqueológico para subir los escalones del icónico recinto, construido en la ladera de la montaña. La subida cuesta tanto como la bajada, y mientras lo hacíamos con cierto esfuerzo nos dábamos ánimo pensando que debíamos ganar la cena que nos aguardaba esa noche.

Esa jornada la continuamos en el precioso Pisac, cuyas terrazas resultan también cautivantes por su gran tamaño y perfección. El destino nos regaló allí un completo arco iris mientras hacíamos la visita. Fue perfecto.

Una hora más circulando por las autovías de la montaña para llegar a Cusco.

Luego de un reparador baño nos dispusimos subir hasta San Blas, el barrio cool de la ciudad, pues esa noche teníamos agendado conocer la cocina criolla peruana en Pachapapa.

Era hora de probar el rocoto relleno con lomo y verduras, el que vino acompañado de un pastel de papa amarilla. Riquísimo. El principal fue un chicharrón cusqueño con mote y papa huayro sancochada y un mix de vegetales bien frescos. Terminamos la velada brindando mientras nos deleitamos con un helado de chocolate, crema de vainilla y fresas.

Estábamos bien cansados pero decidimos regresar caminando hasta el hotel. De camino pasamos por la icónica piedra de los doce ángulos. Durante el día el sitio resultaba imposible, repleto de turistas que querían obtener su fotografía, pero después de nuestra cena no había nadie por lo que aprovechamos para tomarnos la nuestra.

Al día siguiente nos buscaba Beto de Speedy Viajes para conocer la increíble montaña de colores.

El tour regular prevé un pick up desde el hotel a las 3.30 am, para luego llegar hasta la base donde inicia una caminata de una hora y media a 4500 metros de altura hasta el view point, pasando los 5000. Existe una variante que incorpora el uso de cuatrimotos hasta la base de la montaña.

Nosotros elegimos una forma de hacerlo un poco más cómoda. Si bien era bastante más cara, la opción de un tour privado nos permitió lograr un buen descanso durante la noche ya que el retiro fue a las 8 am y disfrutar la comodidad de viajar solos en un vehículo amplio.

Además, para cuando llegamos a la base de la montaña, los grupos de turistas empezaban a retornar, por lo que pudimos disfrutarla casi en soledad. Éramos muy pocos los que la visitábamos en esa hora.

Como en casi todos los tours que hicimos durante nuestro viaje, resultó clave aplicar mucho protector solar. En el caso de Vinicunqa, además, llevamos mucha ropa de abrigo.

Fueron más de tres horas de viaje hasta la base. Una vez al llegar Beto nos mandó a subir en las motos que nos llevarían hasta la cima, evitando de ese modo la caminata de hora y media.

Todo fue tan rápido que ni registramos el mega centro operativo que funcionaba en esa base, el que solo al regreso pudimos disfrutar a pleno.

Rápidamente subimos en un camino que se sintió cual de motocross. Al bajar, hicimos una caminata súper corta de unos cinco minutos hasta el mirador, pero la altura, más de 5000 metros sobre el nivel del mar, se sentía en el pecho. Costaba respirar, parecía que al cuerpo no le llegaba el oxígeno.

Todo lo anterior valió la pena para poder conocer y contemplar la bella Apu Vinicunqa. Apu en quechua significa montaña y es asociada a lo divino, pues los pueblos preincaicos le atribuían influencia en los ciclos vitales de la región. Cunqa por su parte es cuello. Es que efectivamente lo que se observa es un costado de la montaña que luce como un elegante cuello, recubierto de diferentes colores, de gran magnificencia.

La gracia de la montaña no solo radica en sus vivos colores sino en el paisaje que la rodea, el entorno sobrenatural, con el gigante glaciar de Apu Ausangate en las espaldas, un manto blanco que cuelga en la altura. Nos sentamos queriendo detener el tiempo. Teníamos previsto quedarnos alrededor de una hora si el estado físico lo permitía, pues allí en lo alto es común sentir el soroche. Pero por suerte no fue nuestro caso. Primero nos extasiarnos con la belleza de la montaña. Luego llegó el momento de risas cuando Don Gregorio nos ofreció la foto con sus alpacas. Eran dos, una de raza Suri, de pelo más largo, y otra de raza Huacaya, la que más se ve en la zona. Luego de las fotos, bajamos por la pendiente hasta el sector de la montaña donde varios puestos ofrecían alimentos a los visitantes. Allí fue imposible no tomarse otras graciosas fotografías con las alpacas vestidas bien divertidas incluso usando anteojos de sol. Las alpacas son camélidos de América que se caracterizan por ser domesticables, como las llamas que abundan en nuestra Salta, y diferentes de las vicuñas que no sobreviven en cautiverio.

Pues la alpaca en la zona andina de Perú es el animal por excelencia, pues de ella no solo obtienen su carne y lana sino también cumplen un rol fundamental en el atractivo turístico de la zona, incluso nos contaron que desarrollaron opciones de terapias mediante la interacción con estos dóciles animales.

No podíamos partir sin probar el chicharrón de alpaca. Allí en lo alto, freían en las ollas trozos de carne que se ofrecían a los turistas con unas papas andinas y salsa criolla de acompañamiento. No apto para paladares dóciles.

Además ordenamos una Inka Cola para retomar energía.

Una vez que completamos el tentempié y luego de tomar la fotografía de rigor en la escultura con forma de mano extendida, bajamos en las motocicletas de los baqueanos que nos habían subido hasta la base del Cerro Arcoíris. Allí, pudimos recobrar aire mientras paseábamos por los puestos de la comunidad kkayrahuiri, dueña de las tierras donde se encuentra el gran atractivo turístico.

Los maíces blancos de dientes gigantes hervían en las ollas por lo que nos tentamos y probamos uno. Súper llenador y nutritivo, suave y carnoso.

El regreso a la ciudad de Cusco se sintió pesado, máxime pues era sábado por lo que había mucho tránsito.

Habíamos hecho reserva en Limo, cocina Nikkei, una fusión de comida peruana y japonesa. Nos asignaron una bonita mesa en el balcón mirando a la Plaza de Armas.

El cansancio se sentía pero no nos dejamos vencer y nos dispusimos a regocijarnos con el maravilloso banquete que nos aguardaba, mientras disfrutábamos de la gloriosa vista del casco histórico de Cusco brindando con un pisco sour.

Empezamos con los ebi karami wan, unos langostinos y quesos envueltos en masa oriental, servidos con una salsa de fruta de la pasión. Deliciosos, crujientes. Y de principal, un saltado Limo, esto es el tradicional lomo salteado al wok, con verduras orgánicas, salsa de curry amarillo y leche de coco, acompañado con fideos udon. Terminamos con un flan infusionado con hierba Luisa. Obviamente, todos los platos con flores comestibles, ultra bien presentados por los cordiales meseros. Es que Perú se caracteriza por el excelente buen trato hacia el turista. No hubo nadie que no estuviese más que predispuesto a ayudar, a satisfacer y hacer de la estadía aún mejor. Muy destacable lo claro que la tienen los peruanos en servicio al cliente. Además, todos con una sonrisa.

A la mañana siguiente debíamos madrugar para el highlight, el esperado tour al Machupicchu.

Aquí un reconocimiento a Touring Cusco (https://www.touringcusco.com/) la agencia de turismo que contratamos para hacerlo. Lo cierto es que este viaje lo teníamos previsto para 2019, pero no pudimos concretarlo por un problema de salud de un familiar. Luego vino la pandemia y pasaron los años, hasta Latam cerró sus oficinas en nuestra ciudad, por lo que dimos todo por perdido. Mas cuando nos contactamos con Touring Cusco contándoles que finalmente íbamos a poder conocer Machupicchu, Luis nos respondió muy amorosamente confirmándonos que la agencia iba a honrar el monto pagado vía Paypal en su momento, solo deduciendo la penalidad que el tren cobra ante modificaciones.

Y así fue. Mientras cenábamos en Pachapapa, ¡apareció el representante de la agencia y cumpliendo absolutamente con su palabra nos trajo los tickets de ingreso al complejo arqueológico y los del traslado! Es que en ciertas épocas del año el tren hasta Aguas Calientes no sale de Cusco sino de Ollantaytambo, lo que implica que para visitar la ciudadela se debe seguir la siguiente secuencia: primero un transfer desde el hotel hasta las oficinas de una de las dos empresas de trenes que operan, en nuestro caso Inka Rail, allí un “check in” informal para subir a un bus de más de dos horas hasta Ollantaytambo, donde previa espera de unos minutos se aborda el tren que recorre un camino bordeando el río sagrado hasta Aguas Calientes. Esta pequeña ciudad en la que no circulan autos, solo el tren y los buses, es el punto desde donde se los toma para acceder al ingreso de Machupicchu. En verdad una vez en Aguas Calientes y luego de pasar por su mercado de artesanías y chucherías para los turistas, tuvimos tiempo de un café que ayudó a despabilarnos luego del madrugón de esa mañana antes de subir al bus respectivo. La subida es intensa, el río queda cada vez más abajo, en un recorrido de menos de media hora.

Los restos de la ciudad, hoy convertida en una de las siete maravillas modernas del mundo, datan del siglo XV. La historia cuenta que fue abandonada un siglo después. La selva que la rodea la fue escondiendo, hasta que entró en el radar mundial con motivo de las expediciones del estadounidense Hiram Bingham.

Cuando empezamos a subir por el circuito de visita las nubes aún cubrían al célebre Huayna Picchu, pero cuando llegamos al mirador se abrió y pudimos contemplar su majestuosidad. Es que lo que impresiona de la ciudadela es por sobre todo el enclave en el que se encuentra, entre la selva y los picos de las montañas bien puntiagudas.

Desde los miradores nos maravillamos con las andenerías y el paisaje que las rodea, para continuar visitando la plaza mayor, los cuartos, el templo de las tres ventanas, las torres circulares, el sitio del cóndor, etc.

Tras todo el circuito guiado por el colosal Jans García, quien con extremo profesionalismo y objetividad nos fue relatando la historia y brindando datos de la ciudadela y su población.

Tras concluir y aguardar el bus (gran fila mediante, que se sintió pesada luego de la caminata de más de dos horas) regresamos a Aguas Calientes. Teníamos tiempo antes del horario previsto para el tren por lo que hicimos un stop en Mesa 7, donde nos deleitamos con una Inka Cola y unos reparadores tequeños con guacamole. De allí el cansador regreso hasta Cusco, ya de noche, luego del tren y el bus, orgullosos de haber desbloqueado otro nivel conociendo la maravilla moderna. Era tal el cansancio que fuimos directo hasta Abittare Hotel a descansar.

El último día en Cusco teníamos previsto perdernos solos por la ciudad, recorrerla, disfrutarla. Ya no queríamos hacer un tour. Por lo que luego del desayuno empezamos una caminata que terminó esa noche, con las correspondientes paradas gourmet.

Así, dimos inicio en el vibrante mercado San Pedro, descubriendo sus puestos, sorprendiéndonos de la variedad de tipos de papas andinas cultivadas en Perú, degustando sus célebres chocolates, su renombrado café, comprando regalitos para llevar de regreso a casa y hasta deleitándonos con un jugo fresco delicioso del puesto 76 del mercado, a cargo de súper simpática Judith, quien con su sonrisa nos tentó a probar uno de sus mix de frutas.

Elegimos el de chirimoya, lúcuma, mango y naranja. Extraordinario.

Nos despedimos de los colores y sonidos del bullicioso mercado para dirigirnos rumbo a la Iglesia de San Francisco, pasando por el Arco de Santa Clara.

Visitamos el museo del Convento de San Francisco, con su fabulosa colección de arte cusqueño.

Continuamos visitando la Plaza del Regocijo hasta llegar a la Plaza de Armas. Habíamos hecho una reserva para almorzar en Ceviche Seafood Kitchen. Nos ubicaron en una mesa con una extraordinaria vista, pudiendo contemplar tanto la iglesia Catedral como la de la Compañía de Jesús. Los langostinos al ajillo con rocoto y el ceviche andino a base de trucha con mote y maíz fueron de otro planeta.

Luego fue tiempo de las compras. Imposible visitar Cusco sin caer en la tentación de comprar los famosos tejidos de lana de Baby Alpaca, súper suave y abrigada.

En la tarde decidimos despedirnos de Cusco brindando en el señorial bar del hotel Belmond, ubicado en el que fuera el convento del siglo XVI. Ordenamos un pisco sour, catalogado con justicia como el mejor de Cusco, a base de pisco, limón y clara de huevo, y el cóctel de autor Monasterio S, bien fresco y frutado.

En la noche nos aguardaba un último banquete en Chicha, el restaurant de Gastón Acurio, donde repetimos un rocoto relleno, uno de los favoritos de @tripticity_, y un langostino con sriracha presentado en versión taco, usando una fresca lechuga de la huerta, acompañados de una cerveza Cusqueña bien fría.

Y así terminó nuestro viaje por la maravillosa ciudad andina, de sublime arquitectura y mejor gastronomía.