Casa Grande
La auténtica peña
Allá por la década de 1940 una brillante generación de intelectuales marcó a fuego la identidad cultural de Salta. El Cuchi Leguizamón, Manuel Castilla, Jaime Dávalos y tantísimos otros alimentaron las noches de la ciudad, y así, desde entonces, la música y la poesía del noroeste resuenan en toda la Argentina bajo una palabra: folklore.
En la calle Alberdi al 1107, una casona de un siglo y medio de antigüedad abre sus puertas de miércoles a domingo, garantizando aquella mística vivencia de un verdadero desvelo a la salteña, a pura cultura, cocina regional y, por supuesto, buen vino.
Muros de adobe acreditan su historia, de los tiempos en que oficiaba de sala de un campo que se extendía al sur hasta el río Arenales. Algunos objetos antiguos resaltan ante la mirada curiosa, como las colecciones de libros de arte o las bellas fotografías de autor, al lado de un increíble gramófono.
Conviene llegar temprano a Casa Grande, pues no se toman reservas y la selección de una buena mesa es por estricto orden de llegada.
Tras atravesar las primeras salas, un enorme patio bien dispuesto rodea una pileta que acompaña el escenario. Nos ubicamos justo frente a él en el jardín. Sin espera, nos atendieron.
De un momento a otro el coliseo arrabalero del folklore salteño se llena.
El menú es variado, destacando -por supuesto- los platos regionales. Nuestra elección esa noche fueron las empanadas y humitas para empezar y luego compartimos una muy generosa porción de carne al horno, bien casera, acompañada con vegetales y papas bien doradas. Todo muy bien marinado con un tradicional salteño, el malbec de Finca Humanao.
Para cuando estábamos por terminar la cena, se presentó Abel Dávalos, el Negro, y empezó la llamada al vigor salteño de canto y palmas. El solista y sus músicos hicieron un paseo musical por los clásicos del cancionero popular. Para entonces el público fue perdiendo vergüenza por lo que se armó un baile multitudinario en el centro del patio.
En el intermedio, cuando los Pikillines se aprestaban a dar inicio al segundo show, no dudamos en probar nuestro legendario dulce regional por excelencia, el turrón salteño. Fresquito, recién hecho, ¡delicioso!
El grupo tocó y los comensales volvieron a avivar la vieja casona de la Alberdi arriba. El espectáculo es indiscutiblemente espontáneo pues la jarana se generó por el disfrute de los comensales, mas fue bien dirigido tanto por Abel Davalos como por los Pikillines.
Y así tras un viaje por el legendario sendero de la bohemia salteña, con el corazón contento terminó nuestra trasnoche de peña en la Casa Grande, genuina y sincera expresión de esa cultura popular que tanto nos enorgullece.