Casa Colorada
Hotel de alta montaña
Una vez que se llega a Tilcara hay que alistarse para emprender un camino de lo más desafiante: un trayecto de once kilómetros que toma unos 45 minutos -a través de una maravillosa senda de cornisa- desde la que se domina el pueblo y toda la Quebrada de Humahuaca. Por momentos la vía se angosta demasiado, sobre todo al acercarse a la Garganta del Diablo, en el cauce del río Huasamayo… pero es tan impactante el ejército de altivos cardones soportando los vientos más agresivos que el pavor se atenúa. Son miles, altos, esbeltos y soberbios.
Para cuando el ánimo ya parece impacientarse por el riesgo, la Casa Colorada se advierte a lo lejos. La antigua posta de la finca, propiedad de la familia Álvarez Prado -descendiente del líder de la guerra independentista- se alza delante de la moderna construcción de piedra, obra del arquitecto Catucho Antoraz, en el entorno más desolado y distinguido.
Ni bien se arriba Diego brinda una afable bienvenida. Una visita por las instalaciones es toda una cita con lo contemporáneo, una amalgama de rústicos materiales con una acabada ambientación en la que se destacan los objetos y muebles de Usos. Tanto los ekekos como el mobiliario se fusionan con las piedras, la madera de cactus, las ventanitas de alabastro, los tirantes de quebracho, las antiguas piezas de molinos, morteros y vasijas de los cercanos antigales.
@casacoloradaoficial ofrece al visitante un emplazamiento al descanso; una pausa para escuchar el silencio y perder la vista en los rojizos tonos de las cumbres o el verde seco de la ladera. La puesta del sol desde la terraza de la habitación constituye un recuerdo imborrable.
En la noche, la cena ofrece una propuesta de cocina gourmet andina que armoniza con los vinos de altura dispuestos en la cava, en particular los propios de la Quebrada de Humahuaca. Sea la clásica humita de choclo con un singular acompañamiento de pasta de tomate rehidratado, o una sopa de calabaza, batata y manzana con mix de semillas molidas para el inicio, o el lomo con las sabrosas papas locales y chimichurri con muña muña, o la bondiola en reducción de miel de caña, mostaza y oporto con puré rústico de principal. El panqueque flambeado de kulli (harina de maíz morado) con dulce de leche es tan tentador como la lujosa pera con crema de canela. Para rematar, venciendo al frío con la ayuda de un scotch, no hay mejor programa que ir a deleitarse a la terraza con la noche estrellada.
El desayuno servido por Sandra es completo: dulces, panes y budines caseros y, por qué no, huevos recién revueltos con mucha pimienta.
La inmensidad de la montaña obliga a una caminata, lenta pues los 3.200 metros sobre el nivel del mar bien se notan. Don Modesto, el puestero y baqueano, da charla al visitante para luego guiarlo al recorrido por detrás de la casa colorada, amplificando con sus historias la riqueza del paisaje.
La serenidad de lo inmenso aquieta el alma, toda una invitación a una complaciente pausa entre la locura cotidiana.