Barrancas

Arte rupestre en un magnífico entorno

En el Departamento Cochinoca, provincia de Jujuy, un museo a cielo abierto atrae la atención de @tripticity_. Se trata del arte rupestre en las afueras del pueblo de Barrancas, conocido también por el nombre de Abdón Castro Tolay, quien fuese un maestro de escuela décadas pasadas. 

El paisaje que lo circunda es sublime, con paredones naturales de unos nueve kilómetros de extensión. Son las barrancas formadas por obra de la erosión, que protegen un fértil vallecito por el que zigzaguea un curso natural de agua que, por momentos, casi mágicamente, se esconde y luego brota otra vez formando la verde vega.

Todo allí es pura historia. Esos enormes paredones naturales sirvieron de lienzo para las manifestaciones artísticas de los pueblos precolombinos. 

El acceso es un tanto confuso. Luego de pasar por las Salinas Grandes, continuando por la ruta nacional 52, se toma el cruce de la ruta provincial 75. Un cartelito solo indica Barrancas. Por allí doblamos sin saber aún la tremenda experiencia hacia el pasado que estábamos por experimentar

Cruzamos el río por el angosto puente mientras el fuerte viento que sabe correr en la puna levantaba la arena de sus playas, generando un efecto un tanto intimidante, mezcla de película de suspenso y de aventuras del far west. 

Una vez en el pueblo, nos dirigimos al modernísimo Centro de Interpretación Arqueológica, en el que nos esperaba -para nuestra fortuna- Martín Alejo, quien nos guiaría por el recorrido de la Reserva Municipal y Cultural. 

Ya en el camino, nos fue transmitiendo con absoluta precisión y empatía las historias de la zona. 

Aprovechando el sol, iniciamos el circuito admirando la Piedra-Mapa. Enorme, sorprendente, el petroglifo revela información sobre la cotidianeidad de la cultura andina sobre la cría de llamas, los corrales y el curso del agua. Nos complacimos escuchando el preciso relato del experto sobre los testimonios del pasado, en ese escenario natural tan prominente, bajo un clarísimo cielo azul. 

Continuamos por el camino para dirigirnos al Laberinto. Las vehementes aguas que trae el río en la época estival fue modelando la piedra y armó un angosto camino entre las altas paredes, por donde vale perderse por las antojadizas formas de la naturaleza. 

Luego regresamos a la reserva para descubrir con Martín las pinturas rupestres sobre los aleros del barranco, así como los singulares petroglifos, mientras unas tímidas vizcachas -también conocidas como chinchillones- tomaban sol en lo alto. 

Los petroglifos más llamativos son los de las caravanas de llamas, en los que incluso se distinguen las pecheras con la que los nativos identificaban sus tropillas, así como los de las tarucas, todos tallados con absoluta precisión.   

De regreso al Centro de Interpretación, después del inolvidable trekking que nos propuso nuestro experto guía, Jesica nos hizo la visita guiada. 

Antes de partir, nos llegamos al almacén y tienda de artesanías que Martín y su compañera América ofrecen a los visitantes, para hacernos de tejidos de lana de llama. Unas mantas hechas en telar, con los bellos colores de la tierra, divertidas llamas en crochet y las clásicas medias de súper abrigo. Mientras elegíamos los valiosos souvenirs apareció su hija, la simpática Aslí Mailén y sus juguetonas mascotas. 

Tras la despedida, saliendo de Barrancas otra vez en medio del corredor de viento arenoso, no podíamos dejar de comentar la alegría que nos generó descubrir ese tesoro de lugar, cuna también de uno de los guías más profesionales y destacables que hemos conocido.