Almuerzo en lo alto de la Quebrada

 Viñas de Uquía y una experiencia inesperada

En el kilómetro 1.799 de la ruta nacional 9, atravesando la Quebrada de Humahuaca, un cartelito da cuenta del ingreso a Viñas de Uquía. Primero se cruza el río Grande para llegar a la bodega y hostería. Desde allí, Claudio, el anfitrión, inicia el recorrido en una 4x4 por lo alto de sus fincas.

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Primero, la vista. En el camino el panorama se va abriendo a medida que se sube por la pendiente. Un desfiladero de cardones, una tropilla de ágiles guanacos, el rojo brioso del cerro Yacoraite, también conocido como “la pollera de la coya”, el azul del limpio cielo. Toda una explosión de color. 

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Luego, cuando se arriba al refugio de montaña, donde se encuentran sus viñedos más altos -en Mina Moya-, a 3.330 metros sobre el nivel del mar, es tiempo de oír el silencio que ofrece la montaña, para absorber la paz que se impone en tan bello territorio.

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Más arriba, perdida en los abismos, se halla -finalmente- la cava de la bodega, en un antiguo socavón minero. Entonces, en ese grandioso escenario se suman a la verbena el gusto y el olfato. Es hora de la degustación del fresco y fino vino de altura.

La armonía de las variedades elegidas -Malbec, Syrah y Merlot- logra un vino de gran manufactura a cargo de Marcos Etchart. Se trata del Uraqui Minero, el hijo único de la Bodega de Claudio Zucchino, quien no rivaliza en la discusión de cuáles vinos representan la altura máxima sino que realza orgulloso la calidad de su producto, orgánico, natural, sin madera, así como la historia que lo acompaña, tanto sus raíces mineras como su fascinación por lo originario y auténtico. La selecta producción de botellas madura en el ambiente más puro, las entrañas mismas de la montaña, lo que garantiza una guarda insuperable. Es tan excelso Uraqui que mereció una alta calificación de parte del master of wine inglés @timatkinmw.

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Ante esa panorámica vista se despliega el almuerzo comprendido en la experiencia. Se disfrutan los quesos de vaca y de cabra, la charcutería local como salchichas de llama o el arrollado de carnes y verduras, los panes caseros, una fresquísima ensalada de hojas verdes de la huerta orgánica.

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Al regreso, un descanso en la hostería sin prisa ni conectividad, para coronarlo todo con una exquisita sopa de zapallitos verdes con curry, semillas tostadas y croûtons de maíz morado. Claudio vuelve a ofrecer el Uraqui, mientras la cálida Inés disfruta cocinándoles a los visitantes y compartiendo su historia artística, así como su pequeña gran galería de obras de artistas latinoamericanos. La belleza de lo simple.